viernes, 5 de mayo de 2023
HONRANDO LA HERENCIA RECIBIDA
«Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros» (2 Tesalonicenses 3:6)
La obra de Dios es la empresa más grande y más importante en toda la redondez de la tierra. La misma tiene altas normas, leyes, principios y reglas que la gobiernan. Estas le imparten seriedad, formalidad, carácter, integridad y testimonio, no sólo a ella, sino a todos los que son parte de ella.
La obra de Dios es una obra de orden, de altura, de dignidad, de seriedad, de pureza, de limpieza, de rectitud, de santidad, de paz, de comunión, de armonía, de hermandad, pues es Dios quien la dirige y la lleva hacia delante. (Hech. 5:38-39).
Los principios bíblicos y las enseñanzas eternas que gobiernan la obra de Dios mantienen el orden necesario para la buena marcha, el desarrollo y la extensión de ésta en todo el mundo. Así mismo, mantienen en alto el nombre de nuestro amado Señor Jesucristo, del Evangelio y de la eterna Palabra de Dios.
Satanás sabe que, si él logra hacer que prevalezca el desorden en la obra de Dios, traerá a esta deshonra, vergüenza, señalamiento, burla, escarnio, menosprecio, mal testimonio y rechazo, haciendo con esto que los hombres le den sus espaldas a Dios y a Su bendita Palabra. En los días del Apóstol Pablo, como en nuestros días, siempre ha habido quienes han querido «andar desordenadamente» y no según la enseñanza que desde el principio recibieron de aquellos que les presiden en la bendita obra del Señor. Para estas personas existe una advertencia divina: «que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros».
Las Sagradas Escrituras nos
exhortan a no compartir, confraternizar ni apoyar a los que no andan en conformidad con la enseñanza recibida, y con los principios bíblicos y doctrinales que rigen la obra de Dios y a todos los que pertenecen a ella. ¿Por qué? Porque estas personas son «enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza, que sólo piensan en lo terrenal» (Fil. 3:18-19).
La Palabra nos manda a apartamos y a guardarnos de los «malos obreros», quienes son los «mutiladores del cuerpo (de Cristo)» (Fil. 3:2), y de aquellos «cuyo Dios es el vientre, que rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores» (Judas 8), pues ni las conocen ni se sujetan a ellas.
El Libro Sagrado nos manda a apartarnos de aquellos quienes «son manchas en nuestros ágapes”…nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos, árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados, fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza, estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas» (Judas 12-13). Asimismo, tenemos que alejarnos de aquellos que son «murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho "Estos son los que causan las divisiones; los sensuales, que no tienen el espíritu (de Cristo)» (Judas 16-19).
Aquel que tiene el Espíritu de Cristo no anda «desordenadamente», por lo contrario, anda «según las enseñanzas de aquellos quienes le presiden en el Señor, y la cual es conforme a la sana doctrina de la Palabra.
Los principios que Dios ha impartido y establecido desde los inicios de esta obra. Amados, con la ayuda del Señor seguiremos andando según la enseñanza que hemos recibido desde el principio.
Asistente de Pastor Pablo Hidalgo
Buenas Tardes Apostólicas.
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