sábado, 19 de agosto de 2023
NO JUZGUEIS – PRIMERA PARTE
Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? (Santiago 4:11-12).
“Juzgar”, en este sentido, es condenar innecesaria o inapropiadamente a un hermano o una hermana al censurar sus motivaciones, sacar una conclusión solo en base a las apariencias, tener una actitud incorrecta al hacer la evaluación o juzgar por razones equivocadas. Es hacer juicios sobre alguien que no nos corresponde hacer. Tales juicios violan la ley de Dios y son la causa de muchos conflictos relacionales y luchas internas en las congregaciones. Santiago sabía muy bien que las actitudes severas y críticas eran un pecado característico de los fariseos. No quería que esa actitud de superioridad moral condenatoria se extendiera entre las primeras comunidades de creyentes a los que escribió.
2.- NO JUZGUES COMO LOS FARISEOS
Los fariseos eran especialistas en la crítica y en descubrir las faltas de los demás. Disfrutaban de juzgar a todo el mundo. Sus juicios eran precipitados, duros, negativos e inmisericordes. Eran expertos en condenar a los demás por infracciones menores de la ley mientras que ellos mismos, Jesús dijo, transgredían “lo más importante de la ley” (Mateo 23:23). Eran jueces hipócritas que rápidamente encontraban faltas en los demás, mientras minimizaban o ignoraban sus propios pecados.
En uno de los pasajes más conocidos del Sermón del Monte, nuestro Señor advirtió a sus discípulos acerca del espíritu crítico de los fariseos, que es tan destructivo para la familia de Dios:
"No juzguéis, para que no seáis juzgados... ¿por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?... ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano" (Mateo 7:1, 3, 5).
Jesús prohibió despreciar y condenar a los demás por sus deficiencias, al tiempo que se deja de mirar los pecados manifiestos en la vida propia. No quería que sus discípulos fueran como los fariseos hipócritas que eran rígidos, críticos, sin misericordia y santurrones, y, sin embargo, eran espiritualmente ciegos a su propia condición pecaminosa. Sin embargo, la enseñanza de Jesús en Mateo 7 con respecto a emitir juicios es frecuentemente malinterpretada. La actitud generalizada de no criticar a nadie o de no tener prejuicio alguno en la sociedad occidental nos lleva a creer que cualquier juicio sobre cuestiones doctrinales está fuera de lugar. No nos olvidemos que el Evangelio no tendría impacto alguno en el mundo, y la iglesia sería absorbida por la sociedad secular, si no formuláramos juicios apropiados sobre el bien y el mal, la conducta moral y la doctrina.
La distinción entre juicios apropiados e inapropiados puede ser confusa. Para entender mejor la diferencia, solo tenemos que estudiar lo que se enseña en 1 Corintios 4 y 5. En respuesta a los juicios equivocados de los corintios sobre el éxito de su ministerio en la proclamación del Evangelio, Pablo dijo: “no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5). Los corintios no tenían el conocimiento suficiente de los hechos para juzgar la motivación o el éxito de Pablo, así que en esta situación estaban evaluando lo que ellos no tenían derecho a juzgar. En una situación diferente, donde ellos tenían la obligación de juzgar, Pablo reprendió a los corintios por no censurar a uno de sus miembros que tenía un comportamiento sexual inmoral (1 Corintios 5:3, 12-13).
Al igual que Jesús (Juan 7:24) y Pablo, Santiago no prohibió el “justo juicio”. Denunció con severidad la conducta pecaminosa y llamó a sus lectores a arrepentirse. Al mismo tiempo, prohibió la calumnia, el lenguaje abusivo y las declaraciones de juicio que no tenemos derecho a hacer contra un hermano o una hermana en Cristo.
DISCREPANCIAS ENTRE JUDÍOS Y GENTILES
Entre los cristianos judíos y gentiles del siglo I en Roma, surgió una controversia acerca de la vigencia de leyes en cuanto a la comida, el consumo de bebidas alcohólicas y la celebración de días santos (Romanos 14:1-15:13).
Los cristianos judíos tenían una actitud rígida y criticona hacia los hábitos alimenticios y ciertas decisiones en cuanto a estilo de vida de sus hermanos y hermanas gentiles, quienes habían sido paganos antes de entregar sus vidas a Cristo. Pablo describió al creyente judío como “débil en la fe” (Romanos 14:1). El comportamiento de los cristianos gentiles no era mejor, pues ellos despreciaban las tradiciones en cuanto a leyes alimenticias y días sagrados de sus hermanos y hermanas judíos. Ya que ellos eran más numerosos, los gentiles presionaban bastante a los judíos a conformarse a su forma de ver las cosas. Pablo los llama “fuertes” (Romanos 15:1) debido a su comprensión de las implicaciones prácticas del Evangelio de la gracia, la nueva vida en el Espíritu y la libertad en Cristo. A pesar de que Pablo estaba de acuerdo con los “fuertes” acerca del asunto teológico de los alimentos limpios (no inmundos), estaba en completo desacuerdo con su comportamiento carente de amor y su desprecio hacia quienes tenían ideas diferentes a las de ellos.
Los cristianos todavía discuten y se dividen debido a temas de controversia que Pablo llamó “opiniones” (asuntos discutibles). Son cuestiones que no tienen que ver con doctrinas fundamentales o asuntos que reflejan un problema moral como la mentira, el robo o la inmoralidad sexual. En cambio, son cuestiones secundarias de consciencia y convicción personal.
Es muy fácil luchar y dividirnos por asuntos secundarios de estilo de vida y de prácticas religiosas tradicionales. Es vergonzoso que algunos cristianos no puedan alabar a Dios juntos con sus hermanos y hermanas a causa de desacuerdos sobre estos asuntos discutibles. Debemos recordar que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo... Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:17-19).
Uno de los propósitos de la carta de Pablo a los romanos era fomentar la unidad entre los creyentes judíos y gentiles, a pesar de sus diferentes estilos de vida:
“Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios” (Romanos 15:5-7).
¡Qué gran testimonio a la verdad y el poder del Evangelio que cristianos judíos tradicionalistas y cristianos gentiles de un trasfondo pagano se aceptaran unos a otros y juntos adoraran a Dios “a una voz”! Si esos cristianos judíos y gentiles se hubieran dividido en facciones, cada uno condenando al otro por cuestiones secundarias, habrían violado el mensaje del Evangelio de la reconciliación. Si Dios esperaba que los creyentes judíos y gentiles, a pesar de sus divergencias históricas y culturales, se aceptaran unos a otros y glorificaran y adoraran juntos a Dios, cuánto más esperará que los creyentes de hoy, tradicionalistas y progresistas, dejen a un lado sus diferencias y hagan lo mismo. Así que, tenemos libertad para discrepar sobre “asuntos discutibles”, pero no tenemos libertad para utilizar un lenguaje inflamatorio, hablar mal unos de otros o dividir la familia de Dios.
3.- DEJA DE QUEJARTE Y DISPUTAR
La construcción del World Trade Center de Nueva York se produjo durante seis largos años, pero fue destruido en apenas 90 minutos el 11 de septiembre de 2001. De manera similar, una iglesia local que se ha construido a lo largo de toda una vida puede ser destruida en pocos meses por una tormenta pecaminosa de quejas y disputas.
Refunfuñar (o quejarse) no es constructivo ni edificante para la familia de Dios. Como una enfermedad contagiosa, las quejas generan conflicto, confusión e infelicidad que se extiende rápidamente por la iglesia hasta que toda queda infectada con el descontento.
Reconociendo los efectos dañinos que tiene la murmuración en una congregación cristiana, Santiago escribió: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (Santiago 5:9). Al igual que Santiago, Pablo también prohibió las quejas y las disputas. Amonestó a los creyentes: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Filipenses 2:14).
Los problemas en la iglesia de Filipos resultaron en quejas y disgustos entre los creyentes, y muy probablemente, en contra de los líderes de la iglesia también. Por eso, Pablo advirtió a la iglesia filipenses de que no actuara como los israelitas que se quejaron por el clima, la comida, el agua, el desierto, el calor y sus líderes. Sus quejas no eran constructivas, ni las hicieron correctamente. Por el contrario, expresaban incredulidad colectiva, falta de gratitud y rebelión continua contra quienes Dios había puesto en autoridad sobre ellos.
Además de las quejas, Pablo también se refirió a las "contiendas", que se traduciría mejor en Filipenses 2:14 como "discusiones" o “disputas”. La murmuración conduce a menudo a conflictos triviales e infantiles y peleas. Al parecer, los filipenses estaban atrapados en un ciclo de quejas y disputas mezquinas, y necesitaban la amonestación de Pablo para detenerse.
Así como las quejas y las disputas casi destruyen a Moisés y a la nación de Israel, y amenazaron a la iglesia en Filipos, estos dos vicios destruyen a muchos miembros de iglesias y congregaciones en la actualidad. A menudo, una de las razones por la que los pastores y otros obreros abandonan el ministerio cristiano es porque ya no pueden soportar las quejas mezquinas y las discusiones constantes entre las personas. Así que si queremos protegernos a nosotros mismos y nuestras iglesias del espíritu egoísta de las quejas y las disputas, tenemos que decidir, en simple obediencia a la Palabra de Dios, hacer "todo sin murmuraciones y contiendas".
Al final de su carta a los filipenses, Pablo identificó varias maneras para superar las murmuraciones y contiendas pecaminosas. Abogó por: (1) regocijarse siempre en todas las circunstancias (Filipenses 4:4), (2) mostrar paciencia con amabilidad (v. 5), (3) oración, súplica y acción de gracias (vv. 6-7), (4) contentamiento piadoso en cualquier circunstancia (vv. 11-12), y (5) pensar en todo lo que es bueno y excelente (v. 8).
Si el regocijo, la oración, la paciencia, el contentamiento piadoso en todas las circunstancias y la reflexión consciente sobre todo lo que es bueno y correcto caracterizara a aquellos que nos llamamos cristianos, ¡nuestras iglesias serían más saludables! Además, ¡nuestras iglesias experimentarían muchos menos conflictos!
Continuaremos con una segunda parte sobre este glorioso tema. Desde el cono sur su hno. Josué Nayib 16-08-23
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