martes, 15 de agosto de 2023
CORDEROS EN MEDIO DE LOBOS
“…Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos…” (Lucas 10:3). La advertencia del Señor Jesús, en ocasión de enviar a los setenta, revela que la misión que les encomendaba poseía un altísimo grado de riesgo para la salud espiritual de ellos.
No necesitamos indagar mucho en la analogía para entender el sentido de sus palabras. La oveja es, por naturaleza, un animal indefenso. Ante el peligro no goza de muchos recursos más que salir corriendo. Aun cuando escoge huir, no se destaca por la velocidad ni por la destreza de sus movimientos.
El Señor Jesús ni siquiera se refirió a los discípulos como ovejas; más bien dijo que eran como corderos. La vulnerabilidad de una oveja adulta no tiene punto de comparación con la extrema fragilidad de un cordero. ¡Los indefensos pequeños constituyen las presas favoritas de los lobos! Y es la inclusión del lobo en la analogía la que le da tanto peso a la advertencia que deja a los discípulos. El lobo es un animal que caza mayormente de noche. Busca identificar a su presa sin ser detectado, ocultando su presencia entre los árboles y moviéndose a contraviento para no ser olfateado. Al cazar en manadas las emboscadas que tienen a sus presas están cuidadosamente coordinadas para asegurar el éxito de su cometido. Hasta el mismo momento del ataque las ovejas ignoran su presencia. Cuando se percatan de que los lobos atacan, ya es demasiado tarde.
Entiendo, por esto, que el Señor Jesús advertía que los peligros que enfrentamos no son fáciles de detectar. No obstante, muchos cristianos poseemos una perspectiva extremadamente ingenua acerca del mundo en que vivimos. Con asombrosa inocencia creemos que el no bailar o participar en fiestas mundanas es todo lo que se requiere para mantener una vida de pureza espiritual. Muchos de los elementos que neutralizan una vida espiritual significativa, sin embargo, se encuentran discretamente escondidos en la cultura que nos rodea. Ingresan a nuestro hogar por medio de programas televisivos que miramos, los libros que leemos, las instituciones que frecuentamos, las calles que transitamos y los lugares donde trabajamos. La mayoría de nosotros no poseemos siquiera noción de su existencia, por lo que fácilmente somos devorados por los lobos que andan al acecho.
¿Cuál ha sido la respuesta tradicional de la Iglesia al mal que percibe alrededor de ella? Intentar aislarse. Por esto muchas congragaciones llenan la vida de sus miembros de interminables reuniones, para que la gente pase la menor cantidad de tiempo “en el mundo” y, así, no se contaminen. Nunca ha dado resultado esta estrategia para resistir la influencia de esta presente cultura mala. Más bien ha engendrado una Iglesia enfermiza, miedosa y severa.
¿Qué recomendación le dio el Señor Jesús a los discípulos? “Por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas” (Mateo 10:16). La estrategia por seguir no consistía en refugiarse, sino en salir ¡con los ojos bien abiertos! La astucia es necesaria porque no nos movemos frente a un enemigo dormido o poco inteligente. Cuando la Iglesia no está atenta acaba adquiriendo las filosofías y estrategias del mundo, creyendo que estas se convertirán en cristianas si se adorna con alguno que otro versículo. Podremos presentar argumentos cuidadosamente elaborados para justificar nuestro desmedido afán por títulos, reconocimientos, números, riquezas y fama, pero no logrará disfrazar el hecho de que las raíces de estas aspiraciones claramente están en la cultura a la cual deberíamos estar afectando.
La astucia es necesaria porque no luchamos contra un enemigo estúpido y torpe. Más bien nos encontramos frente a uno que es inmensamente más sagaz y creativo que nosotros. Ya ha derrotado buena parte del pueblo de Dios, y la mayoría de estos ni siquiera se han enterado de que hubo una batalla por sus almas. Siguen participando de las actividades de la Iglesia, asistiendo fielmente a las reuniones semanales, pero sus vidas están gobernadas por el mismo sistema que gobierna la vida de sus vecinos, parientes y compañeros de trabajo. Fuera de las actividades espirituales que desarrollan no se percibe en este grupo diferencia alguna con aquellos que no pertenecen al Reino de Dios.
Nuestro llamado es a ser factores de cambio en una sociedad que se desmorona bajo el peso de la maldad. Justamente por esto el Señor envió a los setenta de dos en dos, para que anunciaran por todos lados que el reino de los cielos se había acercado. La misma misión nos toca a nosotros, ser sal y luz para los que nos rodean. En cualquier lugar donde se instale la presencia de la Iglesia debería ser palpable el efecto transformador del evangelio.
La eficacia de esta misión, evitando ser “tomados prisioneros” por el enemigo, depende de que permanezcamos en guardia. No podemos darnos el lujo de relajarnos por un instante, pues los peligros asechan por todas partes. A esta vigilancia debemos sumarle lo que toda oveja sabe instintivamente: su mejor garantía de seguridad es permanecer cerca del pastor. Del mismo modo, nosotros debemos avanzar buscando retener siempre esa comunión íntima con Cristo, la cual nos permitirá ser adecuadamente pastoreados por Aquel que ha vencido y reina, soberano, sobre el destino de este mundo. Desde el cono sur su hrno Josué Nayib 09-08-23
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