viernes, 24 de febrero de 2023
EL HOMBRE QUE AGRADO A DIOS
"Mas ahora tu reino no será durable: Jehová se ha buscado varón según su corazón, al cual Jehová ha mandado que sea capitán sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó", 1 Samuel 13:14
A Jesucristo lo llamaron el "hijo de David". Los evangelistas que escribieron la historia de Jesús hacen esfuerzos especiales para demostrar que este hombre nacido en Belén, era, efectivamente, descendiente de David. Las multitudes que rinden honores desbordantes a uno que viene montado en un burrito, gritan en coro "¡Hosanna al Hijo de David!". Y en el último libro de la Biblia, Jesús mismo se identifica con estas palabras "Yo soy la raíz y el linaje de David". (Apocalipsis 6:5; 22:16).
¿Quién era este David? Es el único David en todas las páginas del extenso Antiguo Testamento, pero es quizá también una de las figuras más destacadas de todos esos siglos. Los teólogos y estudiantes de las cosas bíblicas afirman a coro que David es más símbolo o tipo de Jesucristo que cualquier otro personaje de toda la Escritura. Es cierto que David fue muchas cosas. Fue pastorcillo de ovejas y matador de leones y músico excepcional y poeta inigualado y estratega militar y estadista ejemplar y hondamente espiritual. Pero sobre todas las cosas, David fue hombre seleccionado por Dios para sus nobles e históricos fines. Seleccionado por Dios. Quizá es por eso que fue, al mismo tiempo, el hombre que agradó a Dios. ¿Se imagina usted semejante distinción? "El hombre que agradó a Dios" o "varón conforme al corazón de Dios". No es con frecuencia que se haya dicho o se pueda decir tal cosa de algún ser humano. David fue el hombre que agradó a Dios. (Hechos 15:22)
Cuando se mira a David hay que mirarlo como el instrumento de Dios en la tierra para llevar a cabo sus designios redentores. No se trata de un rey más entre muchos ni se trata de un hombre que, por sus dotes personales, sobresale en los anales de la historia. La Biblia señala esta realidad al mencionar con suficiente frecuencia al "ungido de Jehová". Fue Dios quien seleccionó a este hombre y no fue este hombre quien seleccionó a Dios. Este elemento conviene confirmarlo porque hay mucho humanismo en esta civilización nuestra que asigna al hombre derechos que no le corresponden. David no era nadie sin el Espíritu de Dios. David no podría haber hecho nada si Dios no hubiera estado con él. David no hubiera sido rey sin haber sido ungido para ello directamente por Dios. Nadie puede alcanzar los niveles de un David si no desciende sobre él el Espíritu Santo y si Dios no está con él y si no es ungido como hijo del Dios eterno.
David no fue seleccionado para hacer la obra de Dios por el profeta Samuel. Samuel era, en esos momentos, la voz más autorizada en la tierra y fue a él que Dios le encomendó la tarea de ungir un nuevo rey que suplantara al tambaleante y desaprobado Saúl. Recibe órdenes de visitar a una familia que tiene ocho hijos. En cuanto se aparece el primero de los ocho Samuel lo contempla y analiza y concluye que "de cierto delante de Jehová está su ungido". Samuel está convencido que este Eliab está destinado a ocupar el trono del pueblo de Dios. Pero no era así. No fue Samuel quien seleccionó a David. Dios le comunica a Samuel que no es Eliab y le aclara "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón". (1ª Samuel 16:6-7) Los hombres, aun los más sabios de ellos, ven las cosas de forma totalmente distinta a la de Dios. El hombre se deja impresionar por las apariencias, por el aspecto físico, por los diplomas que se han extendido, por la foja de servicios. Dios mira el corazón. Dios quiere ser soberano y no admite compañeros de lealtad o consagración. Samuel podría pensar que este magnífico ejemplar que era Eliab sería excelente selección para ocupar tan estratégico trono. Pero es Dios quien selecciona a sus hijos y es Dios quien asigna tareas y es Dios quien desciende con su Espíritu y es Dios quien capacita a los suyos para su difícil responsabilidad.
No fue su familia la que seleccionó a David para ser rey de Israel. Es obvio que esa familia también hubiera preferido al primogénito o al más valiente o al mejor parecido. Todos los hijos hacen acto de presencia y todos ellos son cuidadosamente examinados. El resultado neto es que ninguno de ellos es el que Dios ha señalado. La familia presentó lo que creía eran todas las posibilidades. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… y ninguno de ellos es aceptable al Señor. Todos han sido examinados. Nadie de todos ellos será rey de su pueblo. Samuel el profeta quizá se extraña de esta situación porque había sido enviado específicamente para ungir a un nuevo rey. Pregunta al fin si es cierto que éstos son la totalidad de los hijos de Isaí. Parece que con cierta extrañeza y ciertamente sorprendidos, responden que, bueno, sí, son todos, pero no, no son todos. Queda el muchacho más joven de la familia que está allá afuera en los campos, cuidando los rebaños. Ni habían pensado en que este jovenzuelo fuese de interés en este caso de tanto alcance. Ni siquiera han tomado las precauciones de tenerlo presente. Jamás creyó esa familia que el pequeño David fuese lo que Dios andaba buscando. Ni aun después de haber sido claramente seleccionado por Dios y debidamente ungido quieren aceptar sus hermanos que David será rey. Durante una de las frecuentes guerras, varios de estos hermanos están involucrados en la contienda y David recibe orden de ir a visitar a esos soldados y llevarles algunos regalos. David muestra valentía e interés personal en la guerra y uno de sus hermanos se ofende. Oyéndolo hablar de los asuntos de la guerra, su hermano Eliab se encendió en ira contra David, y dijo: "¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido". Su hermano mayor obviamente ni entonces quiso o supo aceptar la selección que había hecho Dios. (1ª Samuel 17:28-29)
Tampoco se seleccionó David a sí mismo. Más de una vez reconoció su humilde cuna y lo inmerecido de su selección. Jamás demostró algún orgullo personal o ambición desmedida, aunque sabía categóricamente que era el ungido de Jehová. Tuvo que sufrir ignominias vergonzosas impuestas por el poder reinante. Fue mero músico del monarca, amigo íntimo y fiel del hijo del monarca; se vio en peligro de morir cuando Saúl arrojó su lanza furiosa contra él; tuvo que huir a tierras lejanas y esconderse en cuevas oscuras. Un par de veces, las circunstancias pusieron al rabioso Saúl a su disposición, pero David no se atrevió a poner su mano sobre aquél a quien consideraba el ungido de Jehová. Las tentaciones de imponerse como rey en lugar de Saúl fueron intensas, pero nunca aprovechó David tales oportunidades porque no era él quien se había seleccionado a sí mismo. Era la selección de Dios y supo tener la paciencia necesaria para poner sus esperanzas en ese Dios de toda gracia. (1ª Pedro 5:6)
¿Cómo es que David agradó a Dios y fue considerado conforme al corazón mismo de Dios? No fueron jamás sus triunfos de gloria porque éstos eran siempre proezas de Dios mismo. No era su vida de santidad perfecta porque David era tan humano como los demás. No eran sus amistades o familia porque había entre ellos verdaderos ogros humanos. David recibió la aprobación de Dios porque supo someterse a ese Dios en todas las cosas. Llegó a darse cuenta que sus pecados herían a Dios más que a nadie. Se dio cuenta que Dios es soberano y mantiene las riendas del universo en su mano.
Aprendió a vivir como en la presencia de Dios. Escribió muchísimos poemas que ahora se conocen como salmos. En ellos se refleja un alma tierna y consagrada a Dios. Esta es una muestra de sus líneas poéticas: "Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad… Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa; adoraré hacia tu santo templo en tu temor. Guíame, oh Jehová, en tu justicia, a causa de mis enemigos; endereza delante de ti mi camino". (Salmo 5:1-8) Agradó a Dios porque fue seleccionado por Dios. Dios se agrada todavía con aquellos a quienes llama para que sean sus hijos en este mundo. Dios sigue llamando a quienes han de ser salvos. (Romanos 11:29), desde el cono sur su hrno Josué Nayib 24-02-23
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