La agenda llena de compromisos, esa rutina ajetreada del día a día, no nos deja darnos cuenta de cuán presos estamos.
Pero la verdadera prisión no es la que nos limita el espacio, los horarios, los compromisos o los afanes diarios.
Hay cadenas mucho más fuertes que pueden estar aprisionando el alma, la mente y el carácter de las personas, cautivándolas y atrapándolas.
¿Alguna vez has intentado abandonar un mal hábito o vicio (mentira, robo, egoísmo, adulterio, drogas, etc.) y no lograste hacerlo solo? ¿Te has sentido condicionado a hacer cosas que no te gustaría hacer y por eso te has sentido avergonzado? La Biblia nos dice que todo ser humano es prisionero del pecado.
Por más que intente deshacerse solo de esas ataduras, no lo conseguirá.
Solamente nuestro Señor Jesús puede romper las cadenas que nos atan cuando nos volvemos a él arrepentidos y con fe para seguirlo.
Así que, cuando él nos liberta, esto es un hecho: ¡nunca más seremos esclavos del pecado! Cuando decides conocer más a nuestro Señor Jesús, recibes una nueva vida y encuentras la verdadera libertad en Él.
Amado Señor Jesús, quiero ser libre de todo mal que me aprisiona. Ayúdame a vencer las cadenas del pecado para que yo pueda experimentar una nueva vida en ti y pueda recibir la verdadera libertad.
En el nombre poderoso de nuestro Señor Jesús. Amén.
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