jueves, 1 de diciembre de 2022

HONRA AL SEÑOR CON TUS BIENES (Proverbios 3:9, 10)



INTRODUCCIÓN: La vida tiene un apasionamiento individual de querer poseer cosas mejores. Si esto no fuera así, ¿por qué trabajamos incansablemente? ¿Por qué nos esforzamos por una carrera? ¿Por qué estamos pendiente del negocio? ¿Por qué deseamos que la familia prospere?

Sin embargo, para el creyente esta lucha cuenta a su favor al Señor Jesús. A diferencia del que no tiene esperanza, el creyente reconoce que es Dios quien dirige y suple en su vida. Para él, cada mañana es motivo de gozo y de desafío, pues sabe que al final de la jornada, su Dios “suplirá todo lo que os haga falta, según sus riquezas en gloria”. El creyente sabe que, si Dios cuida de las aves, cuidará también de él. Su fe y su esperanza se cifran todos los días en las palabras de aquel que dijo: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is. 41:10). Y si es sacudido por la intensidad de alguna prueba, hará suya la inigualable promesa: “No he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25). El creyente sabe que Dios es la fuente de todas sus bendiciones. Sin embargo, las promesas de las bendiciones siempre están acompañadas de una gran demanda. La fidelidad de Dios también espera la fidelidad nuestra. En un sentido, la provisión de Dios pareciera estar directamente proporcional a la fidelidad de nuestra mayordomía. El imperativo “probadme”, de Malaquías 3:10, es el salto de fe hacia donde Dios quiere llevarnos. Este es el corazón del proverbio de hoy. Dios es digno que le honremos con nuestros bienes. Veamos por qué.


I. LA PERSONA QUE DEMANDA LA HONRA.

1. Porque él es el Dios de la creación (Job 38:4-11). La necedad de los que siguen negando la existencia de Dios, y con ello la creación del universo, no ha podido cambiar lo que ha sido una verdad eterna: detrás de cada elemento existente hay una mente sabia y maestra. La forma cómo todos los seres viven y se interrelacionan, nos confirman que este mundo no puede ser el producto del azar, o de la nada; más bien, su composición pone al descubierto la más inigualable sabiduría con el que se ha hecho todo lo que existe. Tan cierto es esto que los mismos seres creados (Gn. 1:1), “echan el cuento” de su formación, diciendo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 24:1). Y si esto lo hace la creación que no posee alma, cuánto más debieran proclamar aquellos que ahora sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Así que, los que sabemos que “él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos”, reconocemos que la persona de Dios es digna de honor y honra. Él es digno de honra porque es dueño de todo. Lo que tenemos es temporal. Cuando morimos nada se viene con nosotros; ni siquiera el cuerpo, porque regresa al polvo de la tierra. Todo lo que usted y yo tenemos es de Dios. Si algo le pasa a esos bienes, traiga delante de Dios su queja. Somos simples mayordomos. Debemos, por lo tanto, honrar al creador por ser el dueño de todo.

2. Porque él es nuestro Dios sustentador (Job 38:41). Le honramos no solo porque es el creador, pero también porque él es el Dios sustentador. Con frecuencia se nos olvida esta otra parte de lo que Dios hace. Si ya es suficiente saber de las maravillas de su creación, cuánto más nos asombra que Dios pueda sustentar su creación. ¿No es esto digno de honrar su nombre? ¿Se ha puesto a pensar en el “presupuesto” que Dios ha hecho para sostener su creación? La Biblia está llena de historias acerca de la provisión de Dios. Aunque la tierra fue maldita por el pecado, Dios la dejó para que el hombre la labrara y se sustentara de ella. Una de las demostraciones más grande de la sustentación de Dios tuvo que ver con Israel en el desierto. Durante cuarenta años el Señor sostuvo a una población de unos dos millones de personas (Dt. 8:3,4; Nh. 9:21). ¿Se imagina cuánto le saldría al Señor darle alimento, vestido, agua y salud a toda esta gente? Piense en el caso nuestro. ¿Desde cuándo nos ha sostenido Dios? El salmista no pudo decirlo de otra manera: “En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza” (Sal. 71:6). Dios no ha dejado de sustentarnos. Nunca nos ha faltado el aire, el caso más emblemático conocido.

3. Porque él es nuestro Dios salvador (Is. 61:10). Las vestiduras antes de venir a Cristo están sucias y manchadas por el pecado. Las “vestiduras de salvación” tienen que ver con el nuevo nacimiento y con ello la transformación de un corazón que ahora tiene un nuevo dueño. De este modo, la salvación de nuestras almas revela el triple derecho por el que le pertenecemos a Dios. La “vestiduras de salvación”, que es el acto supremo mediante el cual la gracia de Dios se ha extendido a todos los hombres, y particularmente a los que se hacen de ella mediante la fe en Jesucristo, constituye el motivo más elevado para que traigamos honra al nombre de nuestro Dios. ¿Por qué razón? Porque el precio fue muy alto. El amor ha sido “de tal manera”. La gracia ha sido sobreabundante. El sacrificio satisfizo la justicia divina. Dios se manifestó en carne para darnos la salvación. El costo total de nuestra salvación fue toda la sangre de Cristo. Frente a todo lo que ha hecho Dios, ¿será demasiado honrarle con nuestros bienes? ¿Nos hemos de perder esta bendición?

II. LOS MEDIOS CON LOS QUE SE DA LA HONRA.

1. Honra a Jehová con tus bienes. Lo primero que observamos en este texto es el llamado a honrar al Señor en toda nuestra vida. De manera que lo más triste que puede ocurrirle a un creyente es cuando deshonramos al Señor con nuestros actos y con nuestras actitudes. Por supuesto que usted y yo debemos honrar al Señor con las alabanzas “porque Jehová Dios es grande, y Rey grande sobre todos los dioses…” (Sal. 95:3). Por supuesto que debemos honrar al Señor con nuestro cuerpo porque “habéis sido comprados por precio…” (1 Cor. 7:20). Por supuesto que debemos honrar a nuestros padres porque se nos ha prometido larga vida y honda satisfacción. Pero también se nos dice: “Honra a Jehová con tus bienes”. ¿Por qué también los bienes? ¿No es Dios dueño de todo? ¿Por qué Dios se “empeña” en tocar mis bienes? Lo primero que tengo que decir es que él es sabio y sabe qué lugar ocupan mis posesiones en mi corazón. Honrarle con los bienes es someterse a la más alta prueba de fidelidad. No parece justo que Dios me pida que lo honre con mis finanzas si apenas tengo para subsistir. Pero no era justo que la viuda de Sarepta le diera al profeta lo último que tenía antes de morirse de hambre con su hijo, pero mire el resultado (1 Re. 17:9, 14). Dios honra a los que le honran.

2. Honra al con tus primicias. Israel conoció muy bien el término “primicias”. Ellos fueron debidamente instruidos sobre esto: “Las primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa de Jehová tu Dios…” (Éx. 23:19). Las “primicias” representan lo primero, lo mejor, lo óptimo. Israel se aseguró de no traer productos de segunda mano. Fueran de las cosechas o de los animales, lo primero y lo mejor era para el Señor. ¿No es acaso Dios digno de lo mejor? ¿No hemos recibido de él lo mejor? Todo lo mejor vino del cielo. Y todo lo mejor todavía está reservado en el cielo. La meta es que todo lo mejor debiera subir de la tierra para nuestro Dios. Si Dios no recibe mis primicias, entonces alguien más las está recibiendo. Si no le doy al Señor lo que a él le pertenece, de igual manera alguien lo va a tomar. Dios ha prometido detener el devorador como resultado de mi fidelidad en el dar (Mal. 3:11). Si yo no honró al Señor con lo primero y lo mejor, no debiera sorprenderme si tengo un “devorador” que no me deja surgir. Alguien ha dicho que el creyente de igual manera diezmara, sea que lo que traiga el producto de su trabajo, o sea que el “devorador” se lo robe todos los meses. Honrar al Señor con mis primicias es asegurarme que estoy haciendo “tesoros en el cielo”. Allí nadie lo arrebata.

III. LA BENDICIÓN QUE RESULTA DE ESA HONRA.

1. “Serán llenos tus graneros con abundancia”. Si yo leo bien esta oración, las palabras que se resaltan son “llenos” y “abundancia”. Para el caso del pueblo de Israel fueron sus graneros, lugar donde se conservaba la cosecha, y cuyo más grande símbolo era la segura y abundante provisión de Dios. Para nosotros hoy, son las “ventanas abiertas” que no retienen la bendición. El que honra al Señor con sus bienes le entrega a él el control de sus finanzas, y se embarca en la más grande aventura de fe. Con su acción pone a Dios como el “socio de su empresa”, y él le asegura darles los mejores dividendos. El resultado de mi fidelidad a Dios en esto no podía ser diferente. En los mismos proverbios se nos dice: “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado…” (Pr. 11:25). Hay una promesa de bendición para el que honra al Señor con sus bienes. Es verdad que no todos los creyentes generosos son ricos, pero si algo saben ellos es que su Dios no los ha dejado, aun en las más fuertes sequías económicas. El alma generosa está lleno de un abundante gozo porque “Dios ama al dador alegre”. El alma generosa no discute sobre si se debe dar o no. Él simplemente se apoya en la promesa divina y abre su corazón y sus posesiones y con ellas honra a su fiel y proveedor Señor. El alma generosa sabe que, aunque vengan los tiempos difíciles, el Señor nunca vaciara sus graneros. Esta promesa la cumplirá siempre.

2. “Y sus lagares rebosarán de mosto”. La escena de graneros llenos y lagares rebosando pinta una imagen deseada por cualquier hebreo del tiempo de Salomón. Y este es, por así decirlo, el anhelo de todo ser humano. Los graneros se llenaban de trigo y de cebada, lo cual aseguraba la provisión para el tiempo de escasez. Los lagares se llenaban del vino nuevo, recién hecho de las uvas buenas; esto aseguraba el gozo en la familia, la duración de la fiesta. Tome en cuenta que el primer milagro de Cristo lo hizo con el vino. La presencia de Jesús asegura que no falte aquello que es símbolo de gozo y felicidad. Cuando honramos a Dios con nuestros bienes estamos asegurando la provisión para los tiempos de escasez. Pablo habló de la fidelidad de honrar a Dios con nuestros bienes y las bendiciones que hay detrás de la generosidad (2 Cor. 9:6-11). Dios cumple su promesa.

CONCLUSIÓN: Cuando Israel estaba por salir de Egipto, el faraón batalló hasta el final para que esto no sucediera. Estando con el país prácticamente destruido, tuvo una obsesión para que ellos no se fueran, porque el pueblo hebreo había sido bendecido mucho a Egipto. Cuando Moisés fue a decirle que dejaría ir a Israel, comenzó a ceder después de las primeras plagas, pero con ciertas condiciones.

La primera fue que se fueran sin dejar atrás a Egipto (Ex. 8:25).

La segunda fue, que se fueran, pero no tan lejos (8:28). La tercera, que se fueran, pero no toda la familia (10:11). Y cuarto, que se fueran pero que dejaran todos sus bienes (10:24). Frente a estas inaceptables demandas, Moisés dijo: “Tú también nos darás sacrificios y holocaustos que sacrifiquemos para Jehová nuestro Dios. Nuestros ganados irán también con nosotros; no quedará ni una pezuña; porque de ellos hemos de tomar para servir a Jehová nuestro Dios, y no sabemos con qué hemos de servir a Jehová hasta que lleguemos allá” (Ex. 10:25, 26). Moisés dijo: “De ellos hemos de tomar para servir a Jehová nuestro Dios”. ¡Qué osada resolución! ¡Qué manera de honrar a Dios con los bienes! ¿Por qué pide Dios que le honres con tus bienes? Porque los más bendecidos somos nosotros. Probadme ahora en esto, dice el Señor. Pastor Diego Zenteno.01/12/2022



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